lunes, mayo 28, 2007

Un hiver avec la conscience d'être

Segundo resfrío del año. Nuevamente mi clásico: mocos, pérdida del olfato y el gusto.
Siempre es así.
Y es que el aire contaminado de esta ciudad es asqueroso. Insano y violento.
Sumado al atochamiento humano en el metro donde las bacterias y bichos purulentos deben volar sobre nuestras cabezas y meterse hambrientos en nuestras narices.
Santiago es un monstruo verde, que chorrea un líquido extraño y que asusta a las personas. No se las quiere comer pero lo pasa la raja amedrentando a todos.
A mi me asusta, con sus gases tóxicos, sus ruidos ensordecedores, su violencia constante. Todos los días me asusta un poco. Con sus joyas modernas y su consumismo de borracho.
Bueno.
Cof cof.
Además de este resfrío mi carrera por un trabajo honrado continúa.
Si bien me estreso-angustio-enojo-apeno-siento-de-todo,
lo que más me agrada de toda esta situación es que he llegado al fondo de mis ideas que son la base de mi pensamiento y modo de ser. Como que en este tiempo de cesantía y austeridad he corroborado un montón de principios personales que siento que conforman lo que yo soy y que nunca pero nunca más se irán de mi. Y eso me hace sentir demasiado grande.

En este lapsus anímico he aprendido más que en todos los años en que tuve de todo para no quejarme. La comodidad ciertamente no me hacía bien o, mejor dicho, me hacia ser la mitad de lo que soy ahora.
Lo que más agradezco es saber quién soy, qué quiero y cómo lo quiero.
Conciencia que le llaman.
Ojos abiertos.
Cosas pasan yo no espero. Busco.
Y el cambio no es de folio. Es de adentro.
Y QUIERO IRME AL SUR ALLÁ DONDE ESTÁ BIEN HELADO PARA PODER MORDISQUEAR LAS SOPAIPAS CON JUSTICIA.

martes, mayo 15, 2007

Sopacidio

Bueno, sabido es que el invierno me produce muchos sentimientos encontrados. Por un lado sufro demasiado con el frío, pues mi presión baja me impide equilibrar mi temperatura interna y ando congelada todo el día por más que haga uso de camisetas de pantys y bufandas traídas directamente de Punta Arenas. Ayer me junté con unas amigas y me di cuenta que lo que me pone los cachetes colorados es el pisco sour pero, por un asunto de salud, no puedo andar tomando pisco sour todo el día.
Sin embargo, amo todo lo que conlleva el frío, esas cosas calientitas, los placeres enrollados, que llamo yo. La cama calientita y un rico té mientras veo una película entretenida. Envolverme en el poncho de Leo y quedarme quieta mirando por la ventana como las nubes pasan de plomo a plomo oscuro. El café de urgencia caminando por el centro, de preferencia en el Tavelli del Municipal. El abrigo, envolverme en un delicioso abrigo y mirar por la ventana de la micro como la gente viene y va. Porque el invierno para mi es muy instrospectivo.
Y si de placeres se trata, pues el viernes pasado, junto a mi amiga Agnes, inauguré oficialmente la temporada de sopas. Adoro las sopas en todas sus manifestaciones y la inauguración la hicimos con bombos y platillos en un local japonés de Sto. Domingo con José Miguel de la Barra. Agnes me pasó a buscar a la tienda y caminamos muertas de frío hasta el restaurante donde nos sentamos y degustamos una gyosas de cerdo y esperamos nuestra sopa moviendo los dedos de la mano.
Pedimos una Moyashi Ramen, dividida en dos platos pues la sopa es tan grande que tomarla entre dos es la mejor fórmula para no caer de espaldas en el intento. Claro que un luchador de sumo queda con gusto a poco pero nosotras, dos señoritas, sólo nos podemos comer un plato.
El Moyashi Ramen resultó ser una sopa deliciosa, enjundiosa, calientita y liviana, especial para quedar satisfecha pero poder seguir trabajando. Compuesta por dientes de dragón, zanahoria, cebollín, carne de cerdo (muy poca) y fideos de arroz, la sopa fue la mejor manera de dar por iniciado el invierno con todos sus placeres culinarios.
Claro está que lo ideal después del moyashi ramen sería acostarse tomándose un té verde pero ya que no se puede, volví al trabajo y coloqué uno de mis últimos discos favoritos, "Pocket Symphony" de Air, que fue compuesto y grabado en Osaka.
Con eso, el invierno llegó vestido de japonés a mi vida.