domingo, agosto 16, 2009

T.Q.M


Sabía que al abrir esas cajas no sólo el polvo me saltaría a la cara, sino que también la nostalgia repartida en fotos, cartas, tarjetas, diarios de vida, agendas, servilletas usadas y pequeñas esquelas de Sarah Kay con dedicatorias de amor y amistad.
Atesoro esos papeles como quién atesora el vestigio sagrado de la inocencia, la puerilidad y la infancia en el más amplio sentido de la palabra.
Me veo en esas fotos y encuentro a una niña como cualquier otra, con una infancia querida, cuidada, respetada.
Veo mi exhuberante y rubio pelo adornando una cara rosada siempre sonriente.
Acompañada de otras niñas igualmente sonrientes.
Incluso, algunas de esas niñas me siguen acompañando, y son, a la vez y junto con mis tesoros de papel, parte del vestigio de una vida pasada vivida, contada y rememorada con la alegría suficiente para decir que esos papeles podrían construir un puente indestructible a mi pasado, para poder cruzarlo cada vez que la adultez me ahogue con sus números, sus relojes y sus estructuraciones existenciales.
Puedo decir, después de leer un diario de vida de 1992, que, si bien he crecido y madurado, vivido y viajado, amado y odiado, conservo algunas partes de mi discurso intacto, como si mi esencia fuera inmóvil en la cadena del tiempo.
Y eso es porque, de una forma u otra, me he respetado y defendido con uñas y dientes.
Desde pequeña, hasta ahora, he conservado intacto el orgullo que siento por mi, y este orgullo es el que me ha permitido guardar esos papeles viejos y poder reconocerme, una y otra vez, en ellos.
Ya no junto esquelas, ni escribo un diario, ni tengo los vicios extraños de la infancia.
Ahora colecciono libros, escribo un blog, y tengo los vicios propios de la adultez.
Entre estas dos líneas sigo siendo Carolina, Carito, Carola, Carolita.
Y si bien ha pasado tiempo y he guardado en cajas parte de mi vida, algo de Sarah Kay me queda, además de los cachetes rosados.
Quizás la añoranza de una regadera de metal y flores en el jardín.
Como sea, guardo y abro las cajas y respiro una vez más el olorcito del polvo de la vida que sale de mis papeles sagrados.