jueves, febrero 25, 2010

El gallo y yo


Un gallo y dos gallinas picoteando el pasto, con ese inalterable ritmo gallináceo. Las gallinas, negras y gordas, recorren un espacio diferente al del gallo, rebeladas e independientes. Una anda por allá, otra por acullá. Y el gallo, de pecho hinflado y patas gruesas, adornadas por unas plumas desordenadas, como si vistiera polainas, picotea, levantando la cabeza y observando a sus hembras. De repente, sin poder comprender su motivación, estira el cuello y con un gesto de esfuerzo y decisión, canta fuertemente. A los pocos segundos, otro canto, lejano, debilitado por la distancia, hace de respuesta al grito del gallo.

Nuevamente este, picoteando un poco el pasto húmedo y erguido, alarga el cogote y vuelve a gritar con decisión. A lo lejos, la respuesta.

En esta inexplicable, misteriosa y poderosa comunicación se mantienen los gallos. Cada uno en su patio, con sus hembras, sus insectos.

Me siento ajena, debilitada ante esta disputa de voces de machos. Insignificante ante su lenguaje animal.

Me muevo. El gallo se percata de mi presencia y se queda inmóvil. Las gallinas siguen picoteando en su emancipación.

Me estiro. El gallo gira su cabeza, mirándome con su ojo inquisidor y, a la vez, nervioso.

Sin dejar de hacerlo, comienza a mover el plumaje de su cuello, abriéndolo y cerrándolo como un escudo que se proteje de saetas amenazadoras.

Finge que picotea el suelo. Yo muevo la cabeza.

Levanta su cuello y mueve las plumas.

Hago un sonido con mi boca. Camina lentamente, como pensando cada paso, como consciente de su articulación. Vuelvo a hacer un sonido y el gallo, suavemente, muy suavemente, cacarea, mueve sus plumas y mira a sus gallinas.

Estas, entendiendo sus signos, dejan su emancipación y corren detrás de él.

Vuelvo a hacer un sonido, el gallo cacarea, mueve sus plumas y, con su cuerpo, va correteando a sus gallinas para que se alejen de mi.

Me mira, lo miro. Se van, ejecutando un delicado baile de huída. Sin demostrar temor. Gallo erguido frente al peligro.

El gallo y yo nos reconocimos en un instante de animalidad.

Gallo y humano leyéndose mutuamente, como ancestralmente lo hicieran los gallos y humanos de una época desconocida pero, no por eso, ajena.

Puro poder.