
Compruebo que no existe porque, hasta el minuto, no se ha aparecido con sus garras mortales para aclararme que, supuestamente, es dueño de mi cuerpo y de mi alma.
Lo compruebo porque, además, las cosas que crecen, después se achican.
Lo que parecía feo, ahora es bonito; lo bobo, brillante.
Lo eterno, finito. Lo seguro, escurridizo.
No existe porque acá estoy.
Prueba fehaciente de que no depende de él, sino de mi.
Y bueno, si llegara a existir, como Dios, o el Viejo Pascuero, o el Trauco; pues le digo que puede ser mi amigo, así podemos conversar sobre sus teorías mientras me tomo una copa y lo miro aburrida.
Porque la única manera de que exista el Señor Tiempo es a mi modo, en mi casa y a mi ritmo.
Sino, que se vaya a espantar a otros.
Lo compruebo porque, además, las cosas que crecen, después se achican.
Lo que parecía feo, ahora es bonito; lo bobo, brillante.
Lo eterno, finito. Lo seguro, escurridizo.
No existe porque acá estoy.
Prueba fehaciente de que no depende de él, sino de mi.
Y bueno, si llegara a existir, como Dios, o el Viejo Pascuero, o el Trauco; pues le digo que puede ser mi amigo, así podemos conversar sobre sus teorías mientras me tomo una copa y lo miro aburrida.
Porque la única manera de que exista el Señor Tiempo es a mi modo, en mi casa y a mi ritmo.
Sino, que se vaya a espantar a otros.