domingo, octubre 01, 2006

Kioto

En el libro “Kioto”, Yasunari Kawabata relaciona, durante toda la obra, a la naturaleza con los modos de vida y de ser de las personas. Los encuentros y los desencuentros se producen en jardines, montañas, con lluvia, con sol. La descripción de la naturaleza es tan detallada que no puede separarse de la historia personal de casa personaje.
Chieko, el personaje principal de “Kioto”, es una jovencita muy sensible frente a la naturaleza y reflexiona sobre el ser humano a través de ella. Compara los estados de animo con la floración de ciertos árboles, el regocijo o la pena van de la mano con las estaciones del año. Y, por sobre todo, con el crecimiento de las plantas y su ciclo infinito.
El libro comienza cuando Chieko observa un viejo arce y las violetas que crecieron entre unas hendiduras del tronco. Unas violetas que nadie sembró, que nacieron del milagro de la vida, iluminando un trozo del gran arce. Coloreando por un instante la vista de quién las descubra. Chieko reflexiona sobre ellas.
“Aquellas dos matas de violetas habían estado ahí siempre, que Chieko recordara. Estaban separadas cosa de un palmo. Cuando Chieko creció comenzó a pensar: “¿Y si pudieran encontrarse las violetas? ¿Se conocerán? Pero ¿qué significado puede tener, para unas violetas encontrarse y conocerse”

Luego, esas violetas tomarán un significado muy importante en relación a la historia. En el libro “Kioto” las flores, las plantas y las hojas son muy importantes.

El miércoles, en la mañana, me senté en el pasto. Villarrica amaneció despejada e iluminada por un sol cálido. Ninguna nube en el cielo celeste, infinito.
Acostada en el pasto comencé a percibir qué sonidos me acompañaban. Enumeré: un pájaro, un insecto volando, las olas suaves del lago, alguien martillando a lo lejos, mi mano rozando el pasto. Nada más.
Y pensé. Al igual que en el libro Kioto, la naturaleza simboliza lo que ocurre en mi vida. Quizás, sin darnos cuenta, el entorno en el que vivimos se relaciona abiertamente con cómo nos encontramos espiritualmente, o con qué queremos en ese minuto de la vida.
Con los ojos cerrados y sintiendo el delicioso calor del sol, sólo con los ruidos de la naturaleza, descubrí que este minuto es así. Que la naturaleza está hablando por mi, sobre lo que soy y lo que quiero.
La naturaleza está ahí porque yo la necesito, porque mi espíritu se siente cómodo en ella.
¿Verdaderamente elegimos lo que queremos vivir?
Tengo un amigo que me dice que no. Que uno tiene que hacer lo que DEBE no lo que QUIERE.
¿Verdaderamente elegimos quién queremos ser?
Yo estoy segura que si.
Las preguntas y las respuestas infinitas se desenredan en la palma de las manos.

2 comentarios:

Pilar Navarrete Michelini dijo...

Hace un par de semanas me junté con un amigo que estaba viviendo en la playa hacía un año. Cuando nos juntamos, habían pasado dos semanas desde su regreso a Santiago. Y cuando lo vi fue como si 15 años le hubiesen caído encima de un paraguazo. Estaba totalmente apagado. Como ido. Lejos. Muy lejos. Entonces le pregunté qué le pasaba y me dijo que no soportaba Santiago porque acá todo se le escapaba. Que era una ciudad neurótica y que él sabía que lo iba a desordenar. Que le iba a robar la calma que tenía en la playa. Yo le dije que no estaba de acuerdo con él. Finalmente, cuando la ciudad te vuelve neurótico es porque tú dejas que la vida se vuelva neurótica. Porque mírame a mí: estoy de lo más bien y no he sacado un pie de este lugar (a excepción de mi 18 en Tongoy).

Yo estoy de acuerdo contigo.
Quizás él tenía tantas cosas en las manos que no sabía verlas. Yo tengo un par de cosas y no necesito más por ahora. Lo que me pasa es porque quiero que sea así.

Besos Tralalá.
Tralalá con olor a vainilla.

Anónimo dijo...

Debo querer