martes, diciembre 07, 2010

Océano


Soy un océano enardecido,
subo y bajo en horas vivas y muertas.
Vivo de peces, con ellos y para ellos.
Peces silenciosos y hambrientos.
Como océano todo lo inundo
con un color de plancton y cenizas.
El llamado que siento de repente
es el de las risas submarinas.
Enardecido.
Océano.
Nunca ceso.

miércoles, diciembre 01, 2010


"-Violeta, usted es poeta, es compositora y hace tapicería y pintura. Si tuviera que elegir un sólo medio de expresión, ¿cuál escogería?
-Yo eligiría quedarme con la gente."

martes, noviembre 30, 2010

Pajaritos en la cabeza


He estado pensando mucho.
Tanto, que se ha convertido en un problema.

No quiero pensar, la verdad.

Dejaré mi cerebro a un lado y usaré mis manos, el corazón, el estómago.
Que en vez de pensamientos, salgan de mi libros textiles, poemas, comidas que hagan sonreír a Leonidas, a mis padres, a mis amigas.

¿Qué pasará si dejo, efectivamente de pensar y sólo comienzo a sentir?

Y que, de repente, de mi pelo comenzaran a brotar árboles, nidos, cascadas.

Quiero tener pajaritos en la cabeza.

Si.

Pajaritos en la cabeza.

viernes, junio 04, 2010

Oasis

¿Saben lo que pasa?
Me para los pelos, me hace llorar, me transporta, me mata y me da vida. Me rejuvenece y envejece. Me huele, me sabe.
Eso me pasa con la música. Con toda la que ha formado parte de mi vida, con y sin querer. De los casets comprados y de la canción que sonaba en la radio en ESE preciso momento.
De las canciones que canturreaba mi madre regando las plantas y de las que tarareaba yo en la micro, pensando en Pablo, Juan, Iván y cualquier cabro chico que me robó el corazón.
Está ahí, perenne, como un lenguaje inalterable, sólo posible de rescatar, hablar y leer cuando la música, el sonido melodioso que invade un instante, aparece con sus maneras y sus modales.
Es inevitable y poderosa.
Maldita y bonita.
Me acerca a todo aquello que, a veces, he querido olvidar. Me obliga a revivir, recomenzar, repensar. Revitalizar.
Me gustan las canciones, los coros, el platillo imperceptible, las imágenes, la historia. Todo lo que conlleva la música.
Y la llevo dentro porque mi padre la lleva en su sangre, si es que él no es la materialización de alguna nota musical particular, de algún ritmo, de alguna canción hermosa que hable de campos verdes y un niño libre.
Él me enseñó a amarla, a respetarla y conocerla. Y es él el que mejor representa para mi el significado de la música.
Mi padre es una canción, un disco, un artista, una melodía, un estribillo, una banda sonora, una anécdota.
Mi padre es todo lo posible de abarcar con la música. Y creo que si mi padre volviera a nacer, sería lo mismo, y me enseñaría lo mismo, y yo aprendería lo mismo. Como una cadena indestructible de amor y respeto.
¿Por qué todo esto?
Porque para estar con mi padre cuando él no está, escucho la radio.
Busco canciones que me inviten a su corazón y a su maravillosa y particular historia.
Desde que me independicé, lo extraño más.
Y desde que lo extrañó más es que persigo a Elvis Presley, Neil Sedaka, Johnnie Ray, Brenda Lee y a un montón de voces que me susurran, un poco, la historia de mi viejujo.
Mi padre es el puente que me ha llevado a sentir que sin música mi historia es la mitad. La otra, es sorda.
Y más allá del recuerdo y de las fotos, mi padre está, ha estado y estará porque siguen existiendo los sonidos que me unen a él.
La música es vida ¿no?


jueves, abril 22, 2010

Hey! Tú, Chronos


Compruebo que no existe porque, hasta el minuto, no se ha aparecido con sus garras mortales para aclararme que, supuestamente, es dueño de mi cuerpo y de mi alma.
Lo compruebo porque, además, las cosas que crecen, después se achican.
Lo que parecía feo, ahora es bonito; lo bobo, brillante.
Lo eterno, finito. Lo seguro, escurridizo.
No existe porque acá estoy.
Prueba fehaciente de que no depende de él, sino de mi.
Y bueno, si llegara a existir, como Dios, o el Viejo Pascuero, o el Trauco; pues le digo que puede ser mi amigo, así podemos conversar sobre sus teorías mientras me tomo una copa y lo miro aburrida.
Porque la única manera de que exista el Señor Tiempo es a mi modo, en mi casa y a mi ritmo.
Sino, que se vaya a espantar a otros.

jueves, febrero 25, 2010

El gallo y yo


Un gallo y dos gallinas picoteando el pasto, con ese inalterable ritmo gallináceo. Las gallinas, negras y gordas, recorren un espacio diferente al del gallo, rebeladas e independientes. Una anda por allá, otra por acullá. Y el gallo, de pecho hinflado y patas gruesas, adornadas por unas plumas desordenadas, como si vistiera polainas, picotea, levantando la cabeza y observando a sus hembras. De repente, sin poder comprender su motivación, estira el cuello y con un gesto de esfuerzo y decisión, canta fuertemente. A los pocos segundos, otro canto, lejano, debilitado por la distancia, hace de respuesta al grito del gallo.

Nuevamente este, picoteando un poco el pasto húmedo y erguido, alarga el cogote y vuelve a gritar con decisión. A lo lejos, la respuesta.

En esta inexplicable, misteriosa y poderosa comunicación se mantienen los gallos. Cada uno en su patio, con sus hembras, sus insectos.

Me siento ajena, debilitada ante esta disputa de voces de machos. Insignificante ante su lenguaje animal.

Me muevo. El gallo se percata de mi presencia y se queda inmóvil. Las gallinas siguen picoteando en su emancipación.

Me estiro. El gallo gira su cabeza, mirándome con su ojo inquisidor y, a la vez, nervioso.

Sin dejar de hacerlo, comienza a mover el plumaje de su cuello, abriéndolo y cerrándolo como un escudo que se proteje de saetas amenazadoras.

Finge que picotea el suelo. Yo muevo la cabeza.

Levanta su cuello y mueve las plumas.

Hago un sonido con mi boca. Camina lentamente, como pensando cada paso, como consciente de su articulación. Vuelvo a hacer un sonido y el gallo, suavemente, muy suavemente, cacarea, mueve sus plumas y mira a sus gallinas.

Estas, entendiendo sus signos, dejan su emancipación y corren detrás de él.

Vuelvo a hacer un sonido, el gallo cacarea, mueve sus plumas y, con su cuerpo, va correteando a sus gallinas para que se alejen de mi.

Me mira, lo miro. Se van, ejecutando un delicado baile de huída. Sin demostrar temor. Gallo erguido frente al peligro.

El gallo y yo nos reconocimos en un instante de animalidad.

Gallo y humano leyéndose mutuamente, como ancestralmente lo hicieran los gallos y humanos de una época desconocida pero, no por eso, ajena.

Puro poder.


lunes, enero 25, 2010

AUUU


No es por cómo me miras.
Ni tampoco por cómo haces cuando despiertas, ni mucho menos por las veces que te descubro escribiendo mi nombre en un cuaderno viejo.
No es por cómo dices mi nombre.
Ni tampoco por las ocasiones en que me consientes, ni mucho menos porque vas a comprar marraquetas para el desayuno.
No es por como cocinas las salsa boloñesa.
Ni tampoco por los discos que bajas pensando en que me van a gustar, ni mucho menos porque me preguntas cómo me gusta el tomate.
No es por eso.
Tampoco por lo otro.
Es por todo eso y muchas cosas más.
Es por una nueva cosa, una nueva nomenclatura, una nueva forma de contar.
Es porque eres algo nuevo, siempre.
Porque te renuevas en lo conocido, y eso es algo así como una nueva naturaleza.
Y en el fondo, y pensándolo bien, es porque eres el aire que circula entre las hojas de los árboles.
La luz que se cuela entre ellas.
Un ser salvaje.
Nuevo, viejo, renovado, secreto.
Mío.