sábado, septiembre 04, 2004

wlad

Es pequeño. Solitario y que a veces huele mal. Fue el último de, si mal no recuerdo, tres hermanos más. Su llegada no pasó inadvertida porque en el momento en que su cuerpo apareció en el mundo supimos todos que era diferente. Se llama Wlad y es un perro pekinés albino.
Cuando el doctor lo examinó sentenció que Wlad no pasaría de los cuatro años. Así de tajante. Es decir, que sólo alcanzaría a conocer un cuarto de lo que un perro normal conoce en su vida entera. Sólo atinamos a encojernos de hombros y aprovechar al máximo a este perro extraño que venía de visita al mundo por un par de años no más.
Ya ni siquiera recuerdo si en algún minuto me acordé de lo que dijo el doctor, no lo recuerdo porque tampoco estuve pendiente de la muerte los primeros cuatro años de su vida, porque pasaron cinco y seis. Hasta ahora que son 10 y el Wlad sigue aquí, con su mirada infinita y la nariz rosada como un chancho.
Si existe vida en otro planeta el Wlad debe ser, sin duda, el símbolo de su escudo, la mascota oficial y la raza más común y corriente del sistema interplanetario. No sólo por sus ojos de color indefinido y su parecido casi exacto al dragón de la historia sin fin. Lo que lo hace de otro planeta es lo que es él. Paciente, observador, reflexivo, pacífico. No ladra al menos que alguien lo esté observando, se hace amigos de los gatos y les convida de su comida, observa las estrellas en las noches de verano, es fiel hasta decir basta, obediente sin necesidad de haberle enseñado nada. Y es muy pero muy extraño a primera vista.
Si en algo acertó el veterinario es que su complicada salud iba a requerir cuidados específicos. Y es así. Sólo debe comer un tipo de comida, tiene problemas al corazón, a veces cojea, está medio ciego, se le caen los dientes y le dan ataques de epilepsia que llamamos chiripiorcas para que no sean tan terrible. Está piturri. Muy piturri. Pero ha vivido 10 años. Una década de mi vida ha estado presente, de testigo cuando iba a las fiestas de colegio, acompañandome cuando estudiaba hasta tarde para la universidad, revoloteando contento para los dieciochos, llorando en las navidades ansioso de ver tantos regalos, conociendo a mis pololos, enseñandole a mi amiga feñi a querer a los animales, celebrando los cumpleaños de todos. Viéndome crecer, viéndolo envejecer.
Que nadie me diga que es sólo un perro porque los afectos no se miden por niveles de conciencia. Sólo se entregan, de diferentes modos y lenguajes; se presentan cuando las relaciones son sinceras y profundas y eso se da en todos los estratos de la humanidad.
Al Wlad yo le digo que lo quiero, y que lo quiero cerca. Que aparezca pronto porque desde que se perdió, el miércoles 1 de septiembre, estoy con el alma en un hilo y el cuerpo medio descosido. Y que llegue rapidito porque como van las cosas le queda mucha vida por recorrer.

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