viernes, agosto 27, 2004

TheLastOne

Debo informarles que éste es el último correo electrónico que recibirán de mi viaje. Contarles lo que ha sucedido desde el martes hasta el domingo será una tarea titánica que haré llegando a mi país.
Ha sido un viaje espectacular y sorprendente. Novedoso y completamente revitalizador.
Todas mis reflexiones las conocen porque fue mi deseo desde un principio contarles todo cuánto he vivido en estos lejanos y diferentes lugares. Debe ser porque me gustaría viajar con cada uno de ustedes y hacer fiestas en cada esquina de cada país y de cada ciudad.
Eso no es posible. Lo que sí es posible es escribir de vez en cuando y narrarles un poco de este todo que sólo se logra descifrar cuando uno está bien lejos. Así como logro descifrar quién soy yo en Chile estando acá, podré develar los secretos de un mapa que se ve tan pequeño pero que es tan infinito y desconocido estando allá, en mi larguirucho país.
Todo lo que he bebido, comido y vestido lo llevo como marcas indelebles en mi corazón.
Pero creo que ya es hora de partir. Es hora de examinar lo que uno es y fue y ha sido. Si en algo pude haber cambiado es que, quizás, e irremediablemente, otros ojos me miraron, otros sonidos tuve que descubrir y otra ciudad tuve que recorrer hasta agarrarle el pulso. Eso me ha hecho un poco más grande. Y más escrutadora de mi misma.
De regreso de Viena se subió en una estación una viejita encorvada, con pañuelito amarrado a la cabeza, pollera inflada y delantal. Llevaba bolsas y tenía una mirada azul. Tambien olía a lentejas en remojo. Cuando comenzó a andar el tren se persignó y juntó sus manos para orar. Rezo todo el camino. A veces me miraba y nos encontrábamos en esa mirada desconocida. La mirada túnel, esa mirada que tiene un camino largo y tan oscuro que no se puede saber a ciencia cierta quién es el otro realmente. Pues bien, me miró y al bajarse nos dijo algo tan indescifrable pero tan sincero que no necesité comprender su idioma para sentir que la bondad de sus palabras era sincera y real. Con apuro y timidez decía palabritas rápidas y sonreía con esa sonrisa de descanso y se tocó la nariz como tocándome la mía. Y se bajó.
Sé que nunca más la volveré a ver pero este viaje me permitió agrandar un poco más mi memoria gracias a esas viejitas y a esos niños y a esos olores eternos.
Quizás todo regreso es una especie de comienzo. En donde uno deja de ver y empieza a reconocer. Desde los muebles, la comodidad de la cama, el espejo hasta mis manos, la cara y mi cuerpo.
Sé que nunca más la volveré a ver. Con mayúscula. Y con eco. Y con el mundo de testigo.
Qué viaje.
Gracias por todo.

Nos vemos en la primavera chilena.

Carola

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