domingo, mayo 15, 2005

SONIDOS DE AYER Y HOY

¿Qué es lo que particularmente nos gusta de una canción?. Hay tantas. Millones de temas dando vuelta por la historia personal. Evocándonos momentos precisos de nuestro recorrido por este mundo. Puede ser la letra, el ritmo, la voz de la cantante, los efectos sonoros, el teclado rimbombante, los ruiditos escondidos que flotan como brillitos en la superficie de una canción.
Las canciones son algo así como el alma de la historia individual, una suerte de memoria perenne que nos recuerda a nosotros mismos qué hacíamos en ese momento, quienes éramos, con quién estábamos acompañados, en qué lugar nos encontrábamos. Esta historia está llena de canciones, de vocecitas que giran como volutas cosquilleándonos las mejillas, tomándonos de sorpresa en una micro, en la fuente de soda, en la calle, apareciéndose de la nada, así, sin más, y de repente el recuerdo, el olor de ese recuerdo, el color y el olor de la canción.
Me sucede con ciertas canciones casi como un enamoramiento, con mariposas en el estómago, un escalofrío que se queda quieto en mis brazos, me sonrojo, casi no respiro. Un suspiro hondo que se queda atrapado en la garganta y me inmoviliza, enfrentándome con toda mi debilidad a la potencia de un recuerdo.
Y en mi teleserie personal las canciones se han filtrado en los momentos precisos: yo di mi primer beso importante con la canción Roxanne de The Police, la canción Let down de Radiohead me alegra y necesito escucharla cuando voy camino a la playa, cuando hay sol, o esta atardeciendo, y el viento me pellizca el corazón. Total eclipse of the Heart de Bonny Tyler es, simplemente, la cuota de dolor que una amiga y yo necesitamos cuando estamos juntas. Add it up de Violent Femmes consagró, durante una época, mi resentimiento hacia los hombres. Juntos de Paloma San Basilio es el himno de amor y amistad más hermoso que he compartido. Pray for time de George Michael es el año 1990, cuando conocí a mi mejor amiga y lo único que ella hacía era cantar esa canción.
Y son infinitos los instantes y las canciones que podría nombrar para el culebrón de mi vida, que se encierran en mi pecho y reposan ahí, en silencio, como tantas imágenes, nombres y cartas.
No tengo ninguna duda que todos tenemos canciones, de toda clase; en cualquier etapa de nuestras vidas aparecieron colándose por la ventana del dormitorio, saliendo por debajo de la mesa, rebotando en las paredes de nuestra pieza, de noche, cuando hacíamos conjuros para que la chica o el chico nos sonriera al otro día en la calle. Borrachos, enojados, tristes, tontos. Atados a todas las canciones que escuchamos en el pasado. Condenados a todas las canciones que vendrán más adelante.
Mi amigo Lucho dijo, un día, una frase célebre: “el piano es un instrumento endemoniado”. Y le encontré toda la razón, hasta que escuché Nada más de Silvio Rodríguez. La guitarra también lo puede ser. Y cualquier canción si aparece justo en la escena culmine del capítulo del día

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