viernes, julio 01, 2005

Continuando con Mister Hirst

Mister Hirst alguna vez tuvo una fábrica de resortes. Lamentablemente no fue una herencia porque así podría tener lógica. El QUISO tener una fábrica de resortes porque siempre le parecieron muy importantes para el funcionamiento de las cosas.
El punto es que un día, calentando la tetera, se encontró con ua especie de puñado de pelos que no sólo se movía sino que además chupaba unos resortes viejos que seguramente algún funcionario botó por ahí. Y bueno, lo agarró, lo limpió y lo nombró. Todo en un ratito más corto que la misma esperanza de hacer el resorte más grande del mundo.
Mister Hirst es un hombre que cree que sabe pero en realidad lo único que sabe es maldecir y limpiar obsesivamente las hojas de su ficus insigne. Y además, escobillar al gato que tantos dolores de cabeza le ha dado. Como el día en que no sólo rasguñó a morir el sillón que la Tía Elenita le había dado, sino que también lo llenó de unos aborrecibles pelos y de unas incómodas pulgas que dejarón a esa silla art decó en el peor de los estados.
Y ahí Mister Hirst recién supo quién era ese animal...y lo amó aún más.

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