martes, agosto 23, 2005

DIA 29

En el Venecia con mi amigo San Martín: 2 shops y un especial tomate.
Mi amigo San Martín es un gran amigo. Bueno y sincero. Dos cualidades gratas y valorables. Me hace reír. A veces me saca de quicio pero si no lo hiciera no sería una relación en la totalidad de la palabra. Me aconseja harto. Y nunca sigo sus consejos porque suelen ser tan apasionados que yo, siendo muy apasionada, me abismo. Cachen entonces de lo que hablo.
Se cortó el pelo y se ve lindo. Le tomé una foto en la playa donde sale feliz. Y después le dio un hipo eterno.
Siempre ha estado ahí, aunque yo no. Es fiel. Es incondicional. Es él.
Hablamos de todo. De leseras y cosas serias. De mi, de él y de los demás. Del mundo que queremos y de lo que queremos del mundo.
Así desde los 15 años, fecha en que lo conocí y lo designé mi amigo.
Tuviste el honor cabrito. Ja.
No es así. El honor es del corazón que necesita ser querido por personas tan leales y puras.
Buen día este número 29.
Caminé demasiado. Fui a San Joaquín a pedir un certificado y para eso
tomé la línea 5.
Es mi favorita porque tiene 2 cielos: el de arriba y el de los techos y el de las calles. El de abajo.
2 cielos en un viaje y Otto Kraus en el medio. Muy feo por cierto. Pintado con los peores colores. En fin.
El punto es que la línea 5 es una línea que no necesita de nada porque lo tiene todo: rapidez y paisaje.
La gente parece hormiguita y se pueden ver las ropas colgando en las ventanas, sopladas por un viento apenas perceptible.
Hoy vi a una señora asomada en un balcón. No sé que miraba pero por un minuto pensé que me miraba a mi. Y quise moverle la mano. Pensé que si me respondía el día había tenido sentido porque en cierto modo el sentido de los días es hacer algo distinto, o sentir algo diferente a lo que sentimos el resto de los días o conectarse a la realidad de modos incalculables.
Y si esa señora desconocida hubiese contestado mi saludo el día hubiese tenido algo absoluta y completamente nuevo.
Pero no la saludé y preferí imaginar que estaba esperando que hirviera la tetera o que llegara su mamá o que su hijo se dignara a aparecer.
Y llegué a ese campus tan inasible. Nunca me gustó. Ese Cristo me asusta. La grandeza pretenciosa me violenta. Tanto asfalto me da pena.
Y más encima el certificado no era entregado inmediatamente. Así que me tuve que ir.
Y caminé después por el centro.
Y me metí por la Galería Astor.
Y hay una tiendita que creo que nadie sabe que existe. Un bazar diminuto con una vitrina atiborrada de cosas sin conexión alguna. A no ser que una calculadora tenga relación con una pañuelito verde.
Y adentro una señora encrespaba cintas. Una tras otra y las guardaba en una caja. La miré. Así como que no quiere la cosa la espié. Y eso hizo en 1 minuto: encrespar cintas. Me dieron ganas de preguntarle cómo se llamaba y su plato favorito. Debe ser porque la encontré tan sola sumergida en cachivaches diversos.
Luego me tomé un enorme jugo de piña en el Naturista. Amo la piña. Y la amo de verdad desde el lunes. Porque desde ese día me como tres rodajas de piña al desayuno. Qué refrescante, dulce y jugosa. En mi sabor matutino es como un almíbar que me llena de vida.

Ahora se acaba mi día porque me acostaré.
Y mañana, número 28 no se lo que haré.
Ideas a florjaponesa@hotmail.com
O visítenme aquí, que siempre estoy.
Porque los pajaritos de mi cabeza no descansan.

1 comentario:

María José Ferrada dijo...

Estuve pensado en el panorama de la literatura infantil y en otros panoramas. Mejores. Si, comer piña, buenísima idea.
Un abrazo desde mi Registro 6