martes, agosto 24, 2004

zoo

En Viena llueve. Acabo de hablar con mis papás y almorzaban alcachofas. Me contaron que la primavera está llegando iluminada y con calorcito. Y aquí en Viena llueve y se me mojan las zapatillas. Pero ha valido la pena. Viena es, sin duda, una buena ciudad.
Birgit y Claudio, la vienesa y el chileno que nos recibieron en su casa, partieron el domingo a Grecia de vacaciones y nos dejaron felices instalados en su depto. Chiquillos muy simpáticos. Birgit es lo opuesto a la imagen del europeo alemanoide: es dicharachera y risueña, flaquita y buena para comer. Claudio es un porteño que se enamoró de esta gringa y se vino para Austria con su tez morena, su guitarra, sus poleras del che y el Valparaíso de mi amor en la punta de los labios. Juntos son como el mundo, bien mezclados y cada uno con sus cosas.
Bueno, se fueron y henos aquí, en Vogelsanggasse (la calle de los pájaros), con camita y llaves. El domingo celebramos el triunfo chileno, eso lo saben.
El lunes partimos al zoológico de Viena, el más antiguo del mundo y una de las cosas más lindas que he visto. Está ubicado en un palacio llamado Schloß Schönbrunn, un parque grande, con jardines dibujados con florcitas y una especie de invernadero llamado Palmenhause, con muchas y diferentes palmeras. Para llegar hasta ahí tuvimos que tomar bus y metro pero esta todo tan pero tan bien señalizado que es imposible perderse. Y si bien estos vieneses no son que bruto que simpáticos siempre que pueden responden en inglés. Aunque con el mapa uno no necesita tanta ayuda. Quizás yo un poquito porque entre andar pendiente de cualquier cosa como que me pierdo. Pero todos los caminos llegan a Roma, dicen. Y ahí estábamos, bien duchaditos y peinados listos para entrar a una de las maravillas de la naturaleza.
El camino se inició con el Aquarium. Un espectacular montaje escenográfico para dar albergue a cientos de especies de pececitos, anguilas, bichitos y pirañas. Además de unos corales llenos de vida y de color. Comenzaba mi felicidad cuando mi cámara digital me señalaba que no tenía carga de pilas. ¡Pero cómo! si estuve toda la noche cargándolas. No puede ser, me dieron ganas de patear la cámara. ¿Por qué a mi? Bueno, quizás sólo quedaría guardado en mi memoria ese recuerdo y pensé que tanta belleza no cabe en una foto. Bla bla bla. Rodrigo intentó buscar cámaras desechables y no encontramos. En el acuario unos enanos de como 4 años me pisaron los pies como 20 veces y ya iba a corretear a uno chinito cuando aparece su mamá o su tía y me tuve que sobar calladita.
Tuvimos que dosificar las fotos. Lo que se convirtió a la larga en un sano ejercicio porque le tomo fotos hasta las hormigas.
Uno de los acuarios contenían medusas que fluorescían maravillosamente. La instalación consistía en espejos a cada costado y sobre el acuario , por lo que las medusas brillantes se multiplicaban infinitamente. Se movían con esa cadenciosidad que las hace tan atractivas. Y cambiaban de formas cuando se cruzaban entre ellas. Con razon Bob Esponja no puede evitar perseguirlas. Son bellas y perturbadoras.
Ahí ya como que me resigné a no tener fotos del zoo. En fin, será sólo mi recuerdo.
Después vimos un oso hormiguero tan simpático. La naturaleza es capaz de crear estructuras tan perfectas como la de ese animal cuyo cuerpo está adaptado a su afición de aspirar hormigas y termitas. Su hocico era una verdadera manguera y su cuerpo alargado parecía bolsa de enceradora.
Caminamos otro poco y llegamos a una de las dos cosas que me tenían con los nervios de punta. La primera fue el Koala. Entramos a su salita y un letrero con un dibujo de un koala pedía silencio. Y es que hay que andar de puntitas de pie porque el koala lo único que hace es dormir. En una ramita estaba acurrucado con la cabecita metida entre sus bracitos y pude distinguir sus orejas peludas y medio canosas. Me quedé ahí esperando que mi llamado mental lo despertara pero o no tengo mucho poder o el koala es flojonazo profesional. Sea lo que sea logré ver a un koala en vivo y en directo.
Mi segunda prioridad era lo más tierno que he visto en animal: el oso panda. En la habitación una especie de jaula sin rejas, sino con vidrio, me permitió ver a dos osos pandas en plena siesta. Al que tuve más cerca lo miré detenidamente mientras una mosca se le paraba en la punta de la nariz. Debo reconocer que me emocioné tanto que se me mojaron los ojos. Es que son de una ternura infinita. Me dio pena porque los humanos han sido tan inescrupulosos con ellos que hoy en día están en peligro de extinción y son mantenidos bajo un cuidado extremo. Sólo dormían y en ese sueño de hocicos cerrados y patas estiradas descansé yo también. Descansaba el mundo en ellos porque esa belleza y esa paz sólo se encuentran en ciertos estados que no tienen que ver con razas ni condiciones.
Luego de este descanso espiritual partimos donde los elefantes no sin antes pasar por los pájaros. Era una pajarera gigante donde uno podía entrar sin que los pájaros se alborotaran. Era hermoso. Volaban sobre mi cabeza diferentes especies que convivían felices entre sí. El sonido de las alas hacía cosquillas en mis orejas y pensé en mi papá que tanto le gustan los pájaros. El que más me llamó la atención fue uno diminuto, más aún que el chercán, que cantaba tan lindo que no podía imaginar que ese enano ser viviente hiciera ruiditos tan potentes. Es como esas cajas musicales minúsculas que tocan una sinfonía completa de Mozart.
Luego nos dirigimos donde los elefantes que dieron un espectáculo de proporciones. Mirábamos tiernamente a esos enormes animales que son como castillos de piedra en medio de las nubes, cuando uno de los chiquititos separa sus patas, levanta la cola y comienza a hacer pipí y púpu en cantidades industriales. Todos los niños se reían y el elefante de vez en cuando echaba tierrita con su trompa como para que no se diga. Estuvo así unos buenos minutos mientras sus papás huían ante tamaño show. Luego, tiró un poco mas de tierra en su no sé como llamarlo y partió moviendo la cola y rascándose la oreja. Rodrigo entretanto reflexionaba sobre la ociosidad de los animales y que deberían aprovechar de evolucionar con tanto tiempo libre. Yo le dije que claro, los animales no tienen nuestro sistema intelectual pero que con tanto tiempo libre han logrado crear grandes herramientas para soportar fríos y calores; además de tener alta concentración y una capacidad para subsistir que ya la quisieramos nosotros. Si no es fácil ser un animal.
Y así. Donde el oso polar, que a Rodrigo le fascina, los pingüinos paticortos, los osos cafés y grandes, las jirafitas. Uf....montones de animales. Algo así como el arca de noé pero sequita.
Luego entramos a una especie de caverna tropical. Un olor extraño y bichitos silenciosos que metían ruido sólo con sus patas. De repente miro al cielo y veo murciélagos. Grandes, con las alas abiertas y dejándose mecer por el aire interior. Me quedé tiesa no de susto sino que de precaución para que Rodrigo no los viera porque les tiene mucho miedo. Pero los vio e inmediatamente quiso salir, yo le dije que siguiéramos el único camino que existía hacia la salida. Pues bien, en ese camino de repente entramos a una caverna oscura sólo iluminada con luz negra. No veía nada y era algo así como una mansión siniestra ambientada en la Savana. De pronto mi vista se dirige hacia el rincón más iluminado y descubro más murciélagos en una esquina y luego uno al lado mío. De nuevo no me dio susto pero pensé en Rodrigo. Yo a esas alturas ya iba saliendo y Rodrigo, seguramente, entrando. No tuve tiempo de alertarlo. Sólo vi su cara a la salida y me di cuenta que no lo pasó nada de bien. Es como si yo entrara a una pieza con baratas. Pucha....Rodri estaba pálido y partimos raudos lejos de ahí.
El resto una larga y dulce canción: más pajaritos, flamencos, búhos, serpientes, focas, ñandú, zorros, zebras, monos, camellos, etc.
Vi a un jaguar hermoso, negro, brillante, poderoso. Otro manchado, delgado, musculoso, sigiloso. Leones y tigres concientes de su poder y del sitio que merecen en el reino de los animales. Su jaula estaba completamente asegurada para que ni siquiera un salto gigante les diera la oportunidad de escapar y engullirse a toda la fauna del zoo.
De regreso le tomé fotos al panda. A esta altura Rodrigo sí consiguió una cámara desechable y yo le pedía permiso a mi digital para que me permitiera una fotito no más. Lo logramos y tenemos un buen y prudente registro del zoo.
A la salida caminamos por el parque. Hacía calorcito así que me acerqué a un regador automático que me mojó suavecito con sus gotitas heladas. ¡Qué ganas de andar a pata pelada por el pasto! pero no se podía pisar. Encuentro el colmo el pasto que no se pueda pisar. Un pasto no es pasto sino se pisa se corre se duerme y se toca. Que sentido tiene que un pasto sea puramente decorativo. Una tontera.
Ya. Ese día terminó ahí. Asoleados pero felices. Con todos los animales haciendo bulla en mi corazón. Que bueno que existan para que reflexionemos que sin ellos estaríamos solos y tristes. Abandonados a la suerte de ser humanos entre humanos, imposibilitados de maravillarnos con algo completamente diferente a nosotros. Tomamos el bus y llegamos a la casa. Massú ganó el oro y tiquitiquiti.
Ese es el informe animal.
Mucho por hoy.
Esto ya viene de vuelta.

Carola.

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